La leona de Ahlul Bait

“O llevas el Islam o el Islam te lleva a ti. Quienes están en la primera categoría son aquellos que mantienen el honor de esta Ummah y son su fortaleza, y quienes están en la segunda, son como aquellos que son llevados en tawaf, débiles e incapaces de hacer mucho por sí mismos”.

(Dr. Zaid Al-Dakkan)

Cuando la gente habla acerca del papel de la mujer en la Ummah musulmana, muy a menudo se repite la misma frase: “Las mujeres son creadas para ser madres, para criar a la próxima generación de musulmanes”. Pareciera que la única contribución que se requiere de las mujeres musulmanas es de tipo doméstico.

Sin embargo, cuando miramos la historia del Islam desde sus primeros días, cuando regresamos a la época del Profeta y sus compañeros, hombres y mujeres, vemos algo muy distinto. Sin duda, la mujer tenía un papel doméstico que jugar, pero no estaba limitada a esa única esfera.

En el duro clima desértico de la antigua Arabia, las mujeres no eran débiles ni tímidas, sino lo suficientemente duras como para soportar la opresión prevalente sobre ellas, lo suficientemente inteligentes para reconocer la perfección del Islam, y lo suficientemente fuertes como para luchar contra la yahilía (ignorancia) que las rodeaba.

Safíah Bint Abdel Mutálib fue una de esas mujeres, una persona que llevaba el Islam desde el principio, y encarnaba lo que significa ser fuerte e indomable. Ella fue la tía paterna del Profeta (la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él) y, aunque era más joven que él, estaba muy cerca de él y de su hermano Hamza Ibn Abdel Mutálib. Cuando el Profeta subió al monte Safa y dio su discurso histórico a los quraishitas, se dirigió directamente a ella, suplicándole que prestara atención a su llamado.

A sabiendas de lo que significaba desafiar a toda la sociedad de los Quraish, oponiéndose a personas como Abu Lahab, su propio hermano, Safíah tomó la decisión de aceptar el mensaje del Islam de su sobrino. Fue una decisión que no solo requirió de convicción espiritual, sino un entendimiento de la realidad brutal que tendría que enfrentar a partir de entonces. Sin dudarlo, aceptó el Islam y todo lo que significaba ser musulmana en un ambiente de hostilidad despiadada.

Safíah era una mujer que provenía de una familia que no solo era noble en su posición social, sino en la que se contaban personas que eran famosas por diversas razones. Su hermano, Abu Lahab, ejercía una influencia enorme sobre los jefes de Quraish, su otro hermano, Hamza, era un guerrero renombrado de estatura sin par, a quien se le había dado el epíteto de Asadul‑lah (el león de Al‑lah). Siendo estos sus hermanos, y siendo su sobrino el Mensajero de Al‑lah, era natural que ella también fuera una persona de grandeza.

Ella se parecía mucho a su hermano Hamza en su temperamento: una mujer fuerte, feroz, incluso ruda. Crio a su hijo Az-Zubair Ibn Al Awam para que fuera intrépido y capaz de soportar el trato y las circunstancias más difíciles. Sus métodos de entrenamiento con él a veces eran duros en extremo: Lo empujaba a sus límites y lo mantenía en un nivel muy alto. Una vez, cuando él llegó quejándose de que sus compañeros lo intimidaban, ella lo reprendió y de hecho lo golpeó ahí mismo en la calle. Un familiar que pasaba por allí le suplicó que tratara con suavidad al joven huérfano, a lo que ella contestó: “¿De qué otro modo se convertirá en un hombre de fuerza y poder?”.

Gracias a ella, Az-Zubair fue una de las únicas dos personas en toda la ciudad de La Meca que fueron entrenadas para manejar una espada en cada mano. Ella se sentía muy orgullosa de que él desafiara a otros a duelos y les ganara. Cuando era joven, una vez se metió en una pelea con un hombre mayor que lo insultó, y lo hirió gravemente. El herido fue llevado ante Safíah, que le dijo: “¡Cuando peleas con Az-Zubair, esto es lo que mereces!”.

Cuando Az-Zubair tuvo su propio hijo, Abdul‑lah, Safíah también tomó parte en su crianza, utilizando muchos de los métodos que había usado con Az-Zubair. Estaba decidida a hacer de su nieto alguien tan temerario e invencible como su padre. Un ejemplo de cómo entrenó a Abdul‑lah fue que lo llevó al desierto una noche y lo dejó allí, diciéndole que tenía que encontrar cómo llegar a casa. Cuando otros expresaron su conmoción por sus métodos poco ortodoxos, les dijo: “Esa es la única forma en que aprenderá lo que se necesita para convertirse en uno de los mejores guerreros”. De hecho, Abdul‑lah Ibn Az-Zubair creció para ser famoso por su destreza en el campo de batalla y su dominio de las artes de la guerra.

Safíah acompañaba con regularidad al Profeta a sus batallas. En la batalla de Uhud, cuando el ejército musulmán comenzó a retirarse, ella agarró una lanza y comenzó a atacar a los soldados enemigos con virulencia. Alarmado, el Profeta le dijo a Az-Zubair que la trajera detrás de la lucha para que no fuera herida, ¡y Az-Zubair tuvo que agarrarla y prácticamente arrastrarla para sacarla del campo de batalla!

Cuando ella supo que su hermano Hamza había sido asesinado, insistió en ver su cuerpo. Preocupado de que Safíah quedara devastada y traumatizada con esa imagen, el Profeta le dijo a Az-Zubair que era mejor que ella no lo viera. Safíah le dijo a su hijo que regresara. “¿Por qué debo irme cuando mi hermano ha sido asesinado y mutilado por la causa de Al‑lah?”. Ignorando las protestas de todos a su alrededor, se adelantó para colocarse sobre el cuerpo de su hermano. Mientras observaba el cadáver mutilado, recitó Istigfar (una breve oración pidiendo perdón a Al‑lah) y enunció la expresión islámica formal que se dice en momentos de pena y calamidad: “Inna lil‑lahi wa inna ilaihi rayiún” (a Al‑lah pertenecemos y a Él regresaremos). Como poeta, expresó su pesar con términos de elegancia y elocuencia, demostrando una vez más que no era una florecilla marchita, sino una mujer de refinada autoestima y gracia.

Durante la batalla de las trincheras, Safíah se consideró a sí misma la guardiana de las demás mujeres y de los menores. Aunque Hasán Ibn Zábit permaneció con ellos debido a su enfermedad, no pudo hacer mucho. Cuando un soldado enemigo se acercó, Safíah agarró un poste y lo empaló. “Quítenle la armadura al cuerpo”, le dijo a Hasán, quien le recordó que no podía moverse. Encogiéndose de hombros, se arremangó y desnudó el cadáver, lo decapitó y lo arrojó sobre las murallas de la fortaleza. Asumiendo el cargo en la manera dura que se requería en ese momento para que su gente ganara la parte superior, aceptó sin falta el papel de combatiente que debe matar o morir. Cuando en el campamento enemigo, todos vieron la cabeza cercenada se retiraron temerosos, convencidos de que un gran guerrero estaba custodiando el lugar. Y en verdad, Safíah estaba dispuesta a destruir por si sola a cualquiera que se atreviera a romper las murallas de la fortaleza.

Al morir el Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, ella no permitió que la confusión de los demás la influenciara. Se paró frente a las masas y compuso un elogio apasionado que sigue registrado en la actualidad.

Safíah vivió para ver el califato de Omar Ibn Al Jattab, y durante su vida fue respetada y consultada por muchos de los compañeros.

La fuerza indomable de Safíah Bint Abdel Mutálib y su estatus como miembro de la casa del Profeta, la identifican fácilmente como una mujer sin par, una “Leona de Ahlul Bait”. En ella vemos el ejemplo de una mujer cuyo papel en la Ummah no fue superficial ni estuvo restringido a lo domestico, vemos a una mujer jugando una parte activa en la sociedad musulmana en la época del Profeta. Ella nos demostró que no toda mujer musulmana está obligada a encajar en un molde estrecho y limitado de lo que significa ser un miembro femenino de la Ummah.

Safíah simboliza lo que significa ser una mujer de poder, una fuerza a tener en cuenta, que no vaciló en comprometerse con la sociedad cada vez que sintió que tenía un papel que desempeñar. Jamás retrocedió y nunca permitió que otros la intimidaran; de hecho, no sentía ningún reparo en ser la que intimidara a los demás.

Safíah Bint Abdel Mutálib es un recordatorio para todo musulmán, hombre y mujer, de que uno nunca debe subestimar ni subvalorar el poder de una mujer.

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Este artículo es la segunda entrega de una serie titulada Heroínas olvidadas: Las madres, hijas, eruditas y guerreras de la historia islámica, que estaremos publicando con regularidad.

Esta serie busca destacar las figuras femeninas de nuestra historia, que han sido olvidadas, dejadas de lado, o recordadas solo de modo superficial. El objetivo de la autora es subrayar la humanidad y la relevancia de estas personas para los musulmanes tanto hombres como mujeres, darles una mirada a sus vidas, y construir una conexión con ellas, entendiendo cómo podemos emularlas y buscar su nivel de excelencia en nuestro propio contexto.