Nuestras nociones sobre una comunidad musulmana ideal son tan divergentes como las expresiones doctrinales del Islam que prevalecen en el mundo. Algunos musulmanes desean el retorno del glorioso pasado, la era de los fundamentos del Profeta y de sus compañeros. Descartando el uso de las innovaciones tecnológicas y de los avances científicos, desean hacer una réplica de la naciente comunidad musulmana de Medina hasta en las esteras de paja y los utensilios en madera. Dicen que solo el compromiso religioso puede traer el cambio tan deseado en la Ummah musulmana.
Pero cuando se les pregunta sobre estrategias para resolver y superar las dificultades a las que se enfrentan sus respectivas comunidades locales, son incapaces de articular un plan de reforma integral y sostenible. En cambio, su respuesta se limita a una simple afirmación, similar a un mantra, de que la fe solucionará todos los problemas.
Otros musulmanes, enamorados del “éxito” de Occidente, abogan por una agenda de reforma progresiva sin hacer una mirada retrospectiva. Cerrando los ojos a la riqueza histórica del Islam, promueven una imitación ciega de Occidente.
La mayoría de los musulmanes han adoptado una postura que oscila entre estas dos periferias. Cualquiera que haya visitado comunidades musulmanas alrededor del mundo, especialmente aquí en Occidente, ha podido percibir la gran disparidad entre los musulmanes en cuanto a los tipos de comunidades que han establecido.
Y, sin embargo, hay un elemento común presente frecuentemente entre nuestras comunidades: una falta de enfoque en los principios esenciales sobre los cuales el Profeta estableció la naciente comunidad musulmana. Las creencias básicas de Tawhid (unicidad de Dios), ujuwah (hermandad), shura (consulta), ‘adl (justicia), sadaqa (caridad), yihad (esfuerzo) y sabr (paciencia, con lo que me refiero específicamente a la perseverancia contra la codicia y en tiempos de prueba y conflicto) conformaron el pilar de la joven comunidad de Medina. Sólidas raíces y bases en estos ideales permitieron que los creyentes pioneros, aunque fueran sitiados, acosados y sufrieran estrés, superaran los obstáculos que parecían, aun para ellos, insuperables.
Nuestras comunidades musulmanas de hoy en día parecen tener graves malentendidos entre sus miembros sobre estos principios básicos. No es raro que los musulmanes de una misma comunidad tengan serios desacuerdos sobre los conceptos de Tawhid o ‘adl, por ejemplo, u otros principios básicos. Si tenemos una divergencia aguda en estos asuntos básicos en el Islam, entonces ¿cómo podemos establecer una comunidad que se adhiera a estos principios?
Me gustaría centrarme en una de esas normas que constituyó el fundamento práctico de la comunidad musulmana en desarrollo en Medina y su ausencia en las comunidades musulmanas de hoy en día (porque me parece un factor primordial que contribuye al declive de la Ummah musulmana en general): la meritocracia, un sistema social en el que las personas son reconocidas o recompensadas en base a sus conocimientos, talento y capacidad demostrados, en lugar de por su riqueza, conexiones familiares, privilegios de clase, amigos, antigüedad o popularidad.
El concepto de meritocracia nos es familiar a la mayoría de nosotros a través de nuestras instituciones educativas. En este marco, estamos a la espera de tareas y calificaciones conferidas según la habilidad y talento demostrables. Las sociedades que practican la meritocracia disfrutan de prosperidad y, por lo general, son testigos de un avance en todas las esferas de la vida.
El mejor ejemplo de nuestra época sigue siendo los Estados Unidos de América, tanto por su ascenso histórico como por su reciente declive. El principio de la meritocracia forma uno de los cimientos de la sociedad estadounidense que se está desmoronando rápidamente. Al redactar la Declaración de Independencia, Thomas Jefferson se basó en el argumento del filósofo británico John Locke de que la sociedad está naturalmente estratificada, pero no por herencia. Más bien debería ser estratificada sobre la base del mérito.
Jefferson y Locke hablaban de una época en la que la propiedad, la riqueza, la búsqueda de la felicidad y la libertad no se consideraban derechos de nacimiento comunes. Se daba preferencia a la herencia sobre el mérito. No importa cuán talentoso, hábil y conocedor fuera un individuo, no se lo reconocía ni recompensaba si no tenía el pedigrí apropiado. La noción de mérito, que eventualmente se impuso sobre el linaje en Occidente (al menos por un tiempo), es el mismo principio que todavía se enseña en las escuelas de este país a todos los niños en la simple declaración: “Cualquiera puede convertirse en el presidente de los Estados Unidos. Incluso tú”. Aunque el principio de la meritocracia practicado en los Estados Unidos está manchado por prejuicios profundamente arraigados entre su pueblo, y ahora está seriamente amenazado por intereses especiales aislados y privilegiados, sirve como una poderosa fuerza que continúa inspirando la lucha para erradicar estos prejuicios y desechar los privilegios a lo largo del tiempo.
Pero justo cuando Occidente se ponía el manto de la meritocracia, el mundo musulmán se lo quitó. En muchos países predominantemente musulmanes hay que tener lo que se llama popularmente wasta (conexión) para poder lograr cualquier cosa en la sociedad, incluyendo asegurar un buen trabajo. Es extremadamente difícil en nuestras tierras tradicionalmente musulmanas que un individuo avance sobre la base del mérito personal. Se necesitan conexiones familiares, afiliaciones tribales, etc. para ascender en la escala socioeconómica.
Este concepto de wasta privilegia a los “que tienen” sobre los “que no tienen”, asegurando la pobreza generacional para muchos musulmanes. Aquellos que no tienen ningún wasta se ven privados de la igualdad de oportunidades para buscar la felicidad: el derecho de todo ser humano, y uno que los eruditos musulmanes sostienen como la meta apropiada de la Sharíah para la existencia terrenal de un musulmán.
Sin embargo, en los países musulmanes no es raro encontrar casos en los que se pasa por alto a personas calificadas y se da preferencia a las menos competentes para ser contratadas debido a que las primeras no tenían wasta. En un sistema donde impera el wasta, el avance en la sociedad se busca y se otorga a través de conexiones personales en lugar de la competencia. Por lo tanto, la sociedad en su conjunto no se desarrolla porque la mentalidad del individuo no es la de utilizar la oportunidad para la autosuperación o el servicio a la comunidad, sino para el engrandecimiento personal y familiar a corto plazo.
Además, una sociedad que depende del wasta para avanzar se desacostumbra a los criterios universales de toma de decisiones y es incapaz de implementar la política de aplicar estándares objetivos para el desempeño individual. Así, muchas comunidades musulmanas no están comprometidas con los valores que favorecen la competencia.
A medida que las economías de los países musulmanes continúan declinando y la competencia por los escasos recursos aumenta, el sistema de wasta ha erosionado aún más la sociedad. Los benefactores que antes ayudaban a la familia y a los amigos por razones de prestigio social ahora lo hacen buscando recompensas monetarias. El soborno se ha convertido en la norma en muchos países musulmanes, lo que ha llevado a la corrupción en todos los niveles de la sociedad. Transparencia Internacional (www.transparen-cy.org), una organización mundial de la sociedad civil que lidera la lucha contra la corrupción, publica desde 1995 el Índice de Percepción de la Corrupción (IPC), que clasifica a los países en función del grado de percepción de la corrupción entre los funcionarios públicos y los políticos por parte de sus ciudadanos. El lamentable, pero no sorprendente, que un número significativo de naciones identificadas como “las más corruptas” en el IPC más reciente sean países musulmanes.
Incluso nuestras instituciones más sagradas, las mezquitas, no son inmunes a la influencia del sistema wasta o a la corrupción. Más bien, vemos esto como algo desenfrenado entre nosotros en Occidente. No es sorprendente encontrar mezquitas que favorecen a una cierta etnia sobre otras, o que la mayoría de las personas en la junta directiva sean doctores, ingenieros y otras personas “ricas” con conexiones, mientras que los que están haciendo el “trabajo sucio”, limpiando la mezquita después de un evento o sirviendo la comida en las filas son los “pobres”, o aquellos que no son considerados como de la “clase dirigente”.
Debemos romper con esta enfermedad de privilegiar a los privilegiados solo por su prestigio, dinero, popularidad u otras características frívolas. Debemos aprender a valorarnos los unos a los otros basándonos en la dignidad y el esfuerzo individual.
Deja una respuesta