Un tirano sube al poder, gobernando su nación con crueldad y odio. De un solo golpe, crea un abismo gigante entre dos segmentos de la sociedad: aquellos a quienes él pertenece, y aquellos a quienes él ha declarado extranjeros. Durante años, se considera exitoso en la aplicación de su agenda de prejuicios y discriminación… hasta que la revolución surge del corazón mismo de su tierra, encendida en el corazón de la persona que menos sospecha.
Hace unos tres mil años, el Faraón de Egipto fue uno de los individuos más notables en implementar el odio y el asesinato como política pública.
{Estos son los preceptos del Libro claro. Te narro parte de la verdadera historia de Moisés y del Faraón, para la gente que cree. El Faraón fue un tirano en la Tierra. Dividió a sus habitantes en clases y esclavizó a un grupo de ellos, a cuyos hijos varones degolló, dejando con vida a las mujeres [para la servidumbre]. Sembró la corrupción} [Corán 28:2-4].
Cuando envió a sus soldados a través de Egipto para masacrar infantes, considerándose a sí mismo a salvo mientras la sangre de los bebés fluyera tan regularmente como el Nilo, una mujer de Bani Israel acunó a su hijo y luego lo dejó en el río:
{Inspiré a la madre de Moisés: “Amamántalo, y cuando temas por él déjalo [en un cesto de mimbre] en el río. No temas ni te entristezcas, porque te lo devolveré y lo haré un Mensajero} [Corán 28:7].
De la cuna de una madre a los abrazos de otra, Al-lah hizo que el Nilo llevara al joven Moisés directo a los brazos de Asiyah, la esposa del Faraón: {Lo recogió la gente del Faraón para que [sin saberlo] se convirtiera en su enemigo y la causa de su pesar. El Faraón, Hamán y sus huestes eran pecadores. Dijo la mujer del Faraón: “[Este niño] será una alegría para mis ojos y los tuyos. No lo mates. Puede que nos beneficie. ¡Adoptémoslo!”. Ellos no presentían [en qué se convertiría]} [Corán 28:8-9].
En esos momentos, Moisés ganó su segunda madre, la que no lo dio a luz, pero lo crio desde la infancia para convertirse en el hombre que fue, un hombre de nobleza y ética, con un agudo sentido de la justicia. En el corazón del palacio del Faraón, Asiyah, la reina de Egipto, mantuvo cerca a su hijo adoptivo y le dio la educación espiritual e intelectual que necesitaba para producir una revolución como ninguna otra.
Rodeado de riqueza y lujos, protegido por el privilegio del poder de sus padres adoptivos, Moisés podría haber crecido como un mimado arrogante, apático a la difícil situación de quienes compartían su sangre. Sin lugar a dudas, fue la sabiduría y la compasión de Asiyah las que lo guiaron a ser consciente de sí mismo, mucho más que un mero príncipe mimado de Egipto.
Quizás ella se sentó al borde de su cama cuando era un niño y le contó la historia de cómo lo trajeron a sus brazos, el río Nilo depositando la cesta con su regalo inesperado de un hijo.
Quizás fue ella la que respondió sus preguntas sobre por qué se veía diferente a los demás niños, por qué tenía el sello de Bani Israel en sus facciones, por qué seguía vivo y a salvo en el palacio del Faraón, mientras que cada dos años el país era testigo de una masacre de niños y ríos inundados por las lágrimas de sus madres.
Quizás el corazón de ella se rompía cada vez que miraba al niño, que era la frescura de sus ojos, recordando que su amado hijo casi había sido uno de esos niños asesinados.
Quizás ella le dijo, con la voz temblando de emoción, que el único poder que tuvo para detener la sangre de sed de su marido, fue en ese momento en que sostenía al bebé Moisés en sus brazos y le suplicaba al Faraón que, solo por esa vez, salvara una vida inocente.
Sin duda, ella lo apreciaba mucho más por ello y, sin duda, en ese momento de valentía inimaginable frente a un asesinato, Asiyah le enseñó a Moisés lo que significaba oponerse a la injusticia. Fue ella, más que ninguna otra persona, quien sabía que el silencio y la inacción de aquellos en posiciones de influencia solo conducía a más horror.
Fue Asiyah quien crio a Moisés, una reina que crio a un Profeta, una mujer que crio a uno de los más grandes revolucionarios que el mundo jamás haya conocido.
Hoy, debemos ser Asiyah.
Hoy, cuando todos somos testigos de asesinos y locos que gobiernan nuestras tierras, debemos ser Asiyah; debemos ser los padres que crían a nuestros hijos para que sean conscientes de la injusticia a su alrededor, para enseñarles que los privilegios que disfrutamos implican la responsabilidad de hacer más, de luchar contra los horrores que nos rodean, de hablar contra los faraones de nuestras naciones, de ser determinados a hacer todo lo posible por la causa de la Justicia Divina.
Las personas como Asiyah son aquellas que criarán personas como Moisés, así que debemos vivir como Asiyah para aspirar a morir como ella, con convicción absoluta en nuestras creencias, con un amor por nuestro Creador ardiendo con tanta fuerza en nuestros corazones que ninguna injusticia humana pueda quebrantarnos, sabiendo que aun cuando fallezcamos, nuestro legado de fe, justicia y revolución vivirá en nuestros hijos y en su descendencia.
Es Asiyah quien nos enseña, tal y como le enseñó a Moisés, el significado del coraje y la convicción, en su vida e incluso en su muerte, porque aunque el Faraón la asesinó por su creencia en Al-lah, Al-lah la elevó entre toda la humanidad e inmortalizó su última oración en el Corán:{Y para los creyentes, como ejemplo, plantea el caso de la mujer del Faraón [que era una verdadera creyente] cuando dijo: “¡Señor mío! Constrúyeme, junto a Ti, una morada en el Paraíso, y sálvame del Faraón y de sus obras abominables. Sálvame de este pueblo opresor”} [Corán 66:11].
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