“La sombra del Profeta” desde niño conoció el rigor de tener los pies prestos a obedecer los caprichos de otros. Para aquellos necios que afirman que nuestra Luz se expandió por la espada, deberían aprender del mejor de los maestros, de “la sombra del Profeta”, Bilal.
Cuando el más encarnizado de los enemigos del Islam, Abu Sufian, caminó hacia la luz del Islam tuve la fortuna de estar presente. El líder de la Meca, pagano, orgulloso, caminó entre las hogueras del ejército del Islam, que eran tantas que aclaraban la noche, se detuvo al frente de la carpa del Profeta y, escoltado por el alto Omar, el hábil Bilal, el generoso Abu Dar, el mismísimo Mensajero de Dios salió a recibir a su feroz enemigo.
Había mucha tensión, ya no eran tiempos de tregua pero nadie quería guerra. Abu Dar, dueño de sus palabras y de sus actos, invitó al enemigo a que aceptara el Islam, pero el orgullo de su corazón se lo impidió, eso era un paso mucho más allá de la rendición. Entonces Omar, con su espada como extensión de su brazo, empuñó la palabra: “Si no tuvieras cabeza tampoco dudarías”.
Abu Sufian debió sentir el soplo del ángel de la muerte; entonces, “la sombra del Profeta” pareció surgir del corazón de la noche para enseñar como el mejor de los sabios. “En la religión no cabe coacción”. Corto de palabra, grande de corazón, Bilal recordó a su amigo Omar que no se puede obligar a creer, que Al-lah es el único que decide a quién guía.
Abu Sufian alabó al maestro que otrora había sido un esclavo y, aceptando la lección, declaró su fe en Al-lah y en Muhammad como Su Mensajero. El antes enemigo dejó caer una sonrisa, el Profeta la recogió y se firmó la paz entre La Meca y Medina.
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