Aquí, en Medina, está la tumba de Abdul–lah Ibn Abdul Mutalib, un hombre con un garbo rematado por exquisitos modales, su padre lo cuidada como a una palmera datilera que da frutos especialmente dulces, aunque recibió grandes ofrecimientos por su matrimonio, buscó una mujer reconocida por su belleza y castidad: Amina Bint Wahab.
Pronto las obligaciones de comerciante de Abdul–lah lo llevaron a alejarse de su joven esposa. En Siria comerció, tal como es la costumbre de los Mutalib, y de regreso la fiebre lo abrazó sin querer liberarlo. Él decidió esperar en Iazrib (Medina), en la casa de sus tíos paternos, a que la fiebre cediera, pero la Parca llegó para aliviarlo, y su tumba fue marcada.
Amina quedó sola, desconsolada y embarazada; su suegro, Abdul Mutalib, la acogió, y él supo que su vientre había sido bendecido cuando ella le confesó lo que sucedía en sus noches: entre el resguardo que le ofrecía el sueño ella sentía el aroma de las albricias y una presencia que llegaba, entonces escuchaba: “Estas embarazada del líder y Profeta de esta comunidad”, y descendía a ensoñaciones reparadoras.
Varias noches se repitió el sueño y Abdul Mutalib sonreía, sabiendo que su descendencia había sido exaltada. En el mes nueve, Amina tuvo un nuevo mensaje: “Después de que hayas dado a luz di: ‘Busco protección en el Único de la maldad de toda criatura celosa’, y ponle por nombre Muhammad”.
En el mes de Rabi Al Awal, Amina sintió los dolores que anuncian la labor, la partera y ella trabajaron para que el bebé naciera y la nueva madre pudo ver que una luz surgía de su vientre, era un destello que alumbraba el este y el oeste, los palacios y los mercados de Siria, mientras el bebé se deslizaba hacia el mundo, Amina vio tres banderas izadas: una en oriente, otra en el occidente y una tercera sobre la Ka’ba.
Miro la tumba de Abdal–lah, nuestro amado Profeta fue huérfano de padre aun antes de nacer, y a la pequeña edad de seis años su madre también abandonó este mundo, la tumba de ella está en el camino que va de Meca a Medina, en Abwa. Pienso visitarla alguna vez, y es que siento que este hecho nos conecta al Profeta de Dios y a mí, perder a nuestros progenitores es como la herida que aqueja a Nusaiba, una aflicción que no cicatriza.
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