“Nunca serás como ellos, sin importar cuánto te esfuerces”. Esto fue lo que un familiar me dijo poco después de haberme convertido al Islam, pensando que mi conversión era un intento por volverme árabe.
“Sabes que no irás al Paraíso”, eso me escribió un musulmán de nacimiento a mi correo electrónico, diciendo que, puesto que soy blanca, el Yannah no está abierto para mí.
“Regresa a tu país”, esto me gritó un transeúnte cuando cruzaba la calle que generaciones enteras de mi familia han cruzado antes que yo. Memes en Internet mostrando las “graciosas diferencias” entre musulmanes y “blancos”.
“Eres una traidora a tu raza”, esto me dice un burlón anónimo en Twitter (“anónimo” se lee como “cobarde”, además).
El mensaje es claro: no puedo ser musulmana porque soy blanca.
¿Por qué somos tan ignorantes?
Es extraño, sin embargo, que a pesar de que he leído Corán, orado, ayunado en Ramadán, ahorrado para el Hayy, y dicho la Shahada a diario desde 2001, estoy excluida de la condición de musulmana porque tengo ancestros franceses e ingleses. Es realmente extraño.
Racializar el Islam es una terrible falsificación. El Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, dijo en su discurso final, un discurso en el que enfatizó algo que él sabía que su nación, una nación basada en la fe, perdería de vista:
“Toda la humanidad proviene de Adán y Eva. Un árabe no tiene superioridad sobre un no-árabe ni un no-árabe tiene superioridad sobre un árabe; de igual manera, un hombre blanco no tiene superioridad sobre un hombre negro ni un hombre negro tiene ninguna superioridad sobre un hombre blanco excepto por su piedad y buenos actos. Sepan que cada musulmán es hermano de todo musulmán y que los musulmanes constituyen una hermandad” (Muslim, Tirmidhi, Ibn Mayah).
El Islam es una hermandad basada en la fe compartida. Es una nación y una identidad que enseña que todos provenimos de un mismo origen, que somos una única raza de gente, de un Dios Único. La primera comunidad musulmana compuesta por hombres, mujeres y niños, de origen romano, africano y árabe, conversos del paganismo, del cristianismo y del judaísmo, cuando dejaron sus hogares en búsqueda de la libertad de religión, para tener la libertad de decir que creen en un Único Dios, se hicieron entonces hermanos y hermanas los unos de los otros.
Un Dios y una humanidad, esto es el Islam. Esta es la revolución que trajo el Islam y en la que continúa insistiendo. Estas son creencias a las que todos los que se llaman a sí mismos musulmanes deben aferrarse.
Y aun así muchos no musulmanes en nuestra sociedad, incluso musulmanes, aún tienen la falsa noción de que el Islam es una fe definida por barreras étnicas, raciales y culturales. Esto merece la pregunta: ¿De dónde sacamos este tipo de pensamiento, y por qué no podemos pensar en algo más grande que fronteras, dialectos y melanina?
El “racismo” de la islamofobia fue el tema de una conferencia a la que asistí en un ciclo de conferencias sobre islamofobia en Australia. Me senté en silencio y tomé notas con la esperanza de que el activista que hablaba pudiera aclararme sobre la problemática de por qué la gente occidental tiende a pensar que el Islam es sobre raza o cultura.
La conferencia llegó a su fin y yo aún no tenía luces sobre cómo el odio y el miedo hacia el Islam –una religión practicada en cada país por su gente nativa– puede ser considerado como una forma de racismo y, por extensión, cómo pueden ser los musulmanes considerados como una raza.
Me acerqué a la ponente una vez hubo concluido. ¿Por qué racializar el Islam?, pregunté. Como musulmana blanca y americana que no tiene la intención de hacer desaparecer su identidad ni su herencia, ¿cómo es que puedo experimentar la islamofobia en la forma como la experimento y a la vez ser blanca, si la islamofobia es solo un asunto de razas? Obviamente, la mayoría de los islamofóbicos son blancos occidentales. Entonces, ¿Por qué habrían de odiarme si se tratara solo de un tema de raza? Continué insistiendo sobre el punto.
La activista contestó: “Porque quienes son islamofóbicos ven a los musulmanes como un monolito, como gente oscura, como el ‘otro’ proveniente de culturas extrañas y peligrosas. Es porque quienes en efecto odian el Islam y a los musulmanes, ven a los musulmanes como pertenecientes a una única raza o etnicidad inherentemente violenta o culturalmente retrógrada”.
Finalmente lo entendí: Quienes odian vienen siempre desde un estado de ignorancia. Los árabes no son inherentemente violentos y retrógrados. La gente de color no son el “otro” ni son inherentemente peligrosos. Lo que constituye la cultura “normal” es subjetivo. Y protesté: “Somos una humanidad con el mismo origen”.
Es aquí donde realmente insistí: “No dejemos y no podemos dejar que la ignorancia nos diga quiénes somos. El Islam no es ni una raza ni una etnia simplemente porque aquellos que no lo conocen lo hayan definido como tal”.
Esta conversación me arrojó algo de luz sobre la raíz de la problemática. Comprendí que es a través de la errada definición del Islam por parte de los islamofóbicos que muchos tienen la falsa noción de que la identidad del europeo blanco no puede coexistir con la identidad del musulmán. Y, en consecuencia, se da la falsa noción de que musulmán significa árabe o africano y que por lo tanto no puede también significar europeo, asiático, hispano o americano. O la falsa noción de que el Islam es un aspecto cultural y relacionado a cierto lugar más que sobre una religión tan global como diversa.
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