“Todo es relativo”. Todos hemos escuchado esto alguna vez en alguna parte. Solo que, ahora, no se trata de la temida clase de física de aquellos años del bachillerato, sino el frente de batalla entre adultos y jóvenes adolescentes.
Al crecer, nuestros amigos juegan un rol primordial en nuestras vidas: nos comprenden, nos divertimos con ellos, y experimentan los mismos dilemas que nosotros; son nuestros semejantes, iguales a nosotros. Es por esto que, cuando nuestros padres nos regañan, por lo general suelen compararnos con nuestros compañeros.
La teoría especial de la relatividad
Cuando los castigos se prolongan, tendemos a desviar las críticas resaltando las faltas de nuestros propios amigos, diciendo cosas como: “Bueno, por lo menos yo no hago esto y lo otro, como fulano; deberías estar agradecido”. Esto sirve para un par de propósitos: Primero, debilitamos los argumentos de nuestros padres, lo cual es en sí una victoria; y segundo, nos hace sentir mejor el recordar que allí fuera hay gente haciendo cosas mucho peores y, en consecuencia, nuestras acciones erradas palidecen en comparación. {¿Acaso a quien [el demonio] le hizo ver sus obras malas como buenas [es comparable a quien Dios ha guiado]? …} [Corán 35:8].
Recuerdo cuando estaba más joven y tenía exámenes sorpresa en el colegio. En ocasiones me tomaban fuera de guardia y mi calificación no era precisamente sorprendente. En esos días, al regresar a casa, le contaba a mi madre sobre mi transcurso del día y el resultado de la prueba de la manera más sutil que me fuera posible, y con seguridad añadía: “Sabes mamá, de todas maneras, a nadie le fue bien. A todos les pareció súper difícil. De hecho, mi amigo tuvo una calificación más baja que la mía”. Era verdad y eso me hacía sentir mejor, pero no por mucho tiempo, pues interiormente me estremecía la pequeña inclinación de cabeza que mi madre hacía, mientras observaba que está bien irse “de paseo” de vez en cuando, pero que confiaba en que regresaría pronto sobre mis pasos.
Como podemos ver, compararnos con los demás no es tanto para regocijarnos de los malos pasos de ellos, sino más bien un mecanismo de defensa que nos sirve para aplacarnos a nosotros mismos. Es fácil para el padre descalificar esta actitud y clasificarla como simple rebeldía de adolescentes, puesto que la justificación inmediata nos remite a argumentos como: “¿Y qué hay de las cosas buenas que hacen?” o “¿Entonces te hace ser mejor persona el que otro haga cosas aún peores?”.
Pero la cosa es mucho más profunda. En el momento en que el adolescente le voltea la mesa a su propio amigo, sabe muy bien que es un argumento muy pobre que eventualmente solo sirve para tomar algún tiempo de ventaja. Es obvio que rebajar a otra persona nunca va a mejorar nuestra propia imagen. Este intento de argumentación vale sobre todo para llevar al padre a entender las dificultades por las que pasan los jóvenes. Es un grito pidiendo ayuda disfrazado de discurso y que enmascara cuán solos y perdidos se sienten los jóvenes y constituye en sí una plegaria de perdón a Al-lah.
El disfraz, sin embargo, está demasiado bien establecido, y más a menudo de lo que se cree, pone más muros en alto entre adultos y adolescentes, haciendo que la conversación se torne fea y todos tomen una actitud agria y exasperada en un ciclo repetitivo.
Los padres necesitan poder caminar sobre cáscaras de huevo en a estas situaciones. Después de todo, siendo ellos también humanos, son por lo general culpables de estar trayendo a colación el refinado concepto de relatividad a un asunto de la vida diaria. Un ejemplo: “A pesar de no ser alguien que lleve el velo, ella no es una mujer chismosa; mientras que su vecina hijabi sí chismosea, entonces, ¿no es de algún modo la primera mejor en la fe?”. Este es un pensamiento que se ha asentado en la mente de muchas mujeres. Muchos hombres, del mismo modo, se han incluso declarado a sí mismos buenos musulmanes por dejarse crecer la barba, aunque hagan su trabajo en forma deshonesta, mientras que señalan con el dedo a sus colegas impecablemente afeitados que son diligentes en su trabajo. Solo Al-lah conoce la piedad de cada quien. Sopesar la fe de la gente, lo que se nos ha vuelto casi natural, no es con certeza nuestra labor.
Así, si los niños recurren a esto, no debería sorprendernos. Los padres necesitan hablar con absoluta franqueza con sus hijos y tocar el conjunto de la problemática desde el inicio. Empiecen por indagar qué fue lo que los llevó a cometer la acción errada en cuestión. Discutan qué pensaron ellos que podía haber resultado de todo el asunto al actuar de este modo. Compartan con ellos relatos de sus propios momentos de debilidad. Háganles saber que nunca se sintieron mejor al comparar sus actos errados con los de otros y cómo entonces solucionaron el asunto. Recuérdenles que los pecados ajenos nunca podrán hacer palidecer su récord de buenas acciones y tampoco pueden los actos de adoración de los demás compensar sus propias malas acciones. Menciónenles momentos en los que los hayan hecho sentir orgullosos por no seguir la corriente y haber logrado reconocerse como verdaderos musulmanes. Y si tienen que compararse, entonces que sea con aquellos superiores a ellos en cuanto a buenos actos. Y más que todo, díganles que no se trata de relatividad, sino de individualidad, en el Día del Juicio. {Todos se presentarán solos ante Él el Día del Juicio} [Corán 19:95].
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